Vivimos en una sociedad en la que parecen estar legitimadas ideas como que la conducta violenta es parte de la naturaleza humana; que los conflictos son negativos, por lo que hay que hacer todo lo posible para eliminarlos y evitar su aparición; o que la competitividad es necesaria para el avance de las sociedades, al ser el motor que favorece el esfuerzo y la capacidad de superación. 

Tales postulados son difundidos cada día a través de los diferentes medios de comunicación y de cultura de masas. De esta forma, se han convertido en principios que poco a poco han ido integrando la conciencia colectiva de la sociedad. Sin embargo, frente a tales afirmaciones hay evidencias corroboradas por la Historia, la Filosofía, la Neurociencia, entre otras disciplinas, que demuestran todo lo contrario.

En primer lugar, la violencia no es innata al ser humano. El ser humano es portador de cultura y tiene libertad para elegir su destino, es decir, es responsable de sus actos. Es científicamente incorrecto decir que la guerra es causada por instinto y que los seres humanos tenemos un cerebro violento. La violencia es una elección. Como señala la UNESCO en el “El manifiesto de Sevilla sobre la violencia”:

 “Así como las guerras empiezan en la mente de las personas, la paz también encuentra su origen en nuestra mente. La misma especie que ha inventado la guerra, también es capaz de inventar la paz. La responsabilidad incumbe a cada uno de nosotros y de nosotras” (UNESCO, 1992).

En segundo lugar, los conflictos son inevitables y necesarios para el desarrollo humano. Vivir con otras personas (con-vivir) implica aceptar que existen multitud de puntos de vista, necesidades e intereses, que en ocasiones llevarán a confrontaciones y cuestionamientos, tanto con una misma como con las demás. Los conflictos, en tanto que indican un malestar, abren las puertas para la transformación, permitiendo el crecimiento personal y la mejora en las relaciones

Por eso, la eliminación de los conflictos no debe ser un objetivo de la paz. Una convivencia pacífica se basa en aprender y practicar las competencias que nos permitan vivenciar los conflictos entendiendo las oportunidades que traen y la existencia de formas más sanas y creativas de resolverlos sin recurrir a la violencia.

En tercer lugar, el desarrollo humano ha sido posible gracias a la cooperación y colaboración entre las personas. Es científicamente incorrecto decir que en el curso de la evolución humana ha habido una selección a favor de las conductas competitivas y agresivas sobre otra clase de conductas. Por ello es necesaria la superación de los valores competitivos y guerreristas que impregnan nuestra sociedad. 

Desde la infancia, en la familia, la escuela, los medios de comunicación y la sociedad en general, se nos socializa para la guerra. Se nos enseña que es necesario “destruir” a otras personas para alcanzar nuestros propósitos y ser felices, o que la Humanidad ha evolucionado y resuelto sus conflictos a través del uso de la violencia.

El mundo del juego, del deporte, del cine y de los medios de comunicación, por poner algunos ejemplos, promueve la competitividad y, por ello, no es difícil encontrarse con personas convencidas del valor de la competitividad vinculándolo al aprendizaje del esfuerzo, la superación o la mejoría de la sociedad, ya que supuestamente cuando competimos aportamos lo mejor de nosotras mismas al mundo. 

Sin embargo, el avance de las sociedades emana de la habilidad de participar en la colectividad como individuos que aportamos nuestras cualidades y destrezas personales al grupo sin competición. Es decir, sin que nadie tenga que perder y sentirse infeliz. 

La cultura de paz es un gran desafío para la educación individual y social. La paz no se garantiza sólo con acuerdos políticos, económicos o militares, sino que depende más del compromiso unánime, sincero y constante de las personas. Cada una de nosotras debe contribuir a crear un mundo en paz.

Referencias: