En el post anterior te prometimos compartirte la mejor forma que conocemos para resolver conflictos. ¡Así que allá vamos!

La propuesta es clara:

  1. Ante un conflicto (la expresión de una diferencia), la opción prioritaria es permitir que las partes implicadas puedan dialogar, comunicarse, intercambiar información y emociones, de modo que sean capaces de llegar a una solución de sus diferencias.
  2. En caso de que esta opción fracase o no sea posible, la segunda alternativa ha de ser la mediación, es decir, la negociación asistida por una tercera parte neutral, independiente y ajena al conflicto, de modo que las partes continúen teniendo la capacidad de llegar a una solución por sí mismas.
  3. Solo en el caso de que la mediación fracase, la siguiente opción debería ser el arbitraje, es decir, la intervención de una tercera parte, aceptada por las implicadas en el conflicto, neutral e independiente pero con capacidad para imponer una solución de obligado cumplimiento.

que aquí te proponemos es una herramienta personal para no tener que pasar de la primera opción: LA ACEPTACIÓN INCONDICIONAL.


Mafalda

Pero, ¿qué es eso de una actitud de aceptación incondicional para con la otra persona? Es el compromiso de conocimiento de uno mismo, siendo conscientes de la necesidad de incorporar a nuestra forma de relacionarnos con las demás personas una serie de actitudes y conductas y de habilidades de comunicación, superadoras de la violencia en sus distintas formas.

Para entender la diferencia entre reacción (lo que normalmente aplicamos) y aceptación (a lo que aspiramos), podemos utilizar la siguiente alegoría: Si la reacción quisiera detener un tren en marcha construiría un muro en la vía para que aquel se estrellara. La aceptación, sin embargo, se montaría en el tren y lo frenaría desde dentro.

El matiz está en que la reacción lucha contra la realidad negándola, mientras que la aceptación se alía con ella, se afirma en ella y actúa desde y sobre ella. Por eso sólo la aceptación es capaz de decir no sin crear negatividad.

Y para terminar, un cuento sobre la Aceptación incondicional:

Después de milenios de injusto encarcelamiento, Aceptación es por fin libre. Hasta ahora permanecía recluída en la prisión de los defectos de la psique humana compartiendo celda con la pasividad, el determinismo, el pesimismo y otros aguadores y empequeñecedores de felicidad. Aceptación fue acusada de cobarde y de asesina de entusiasmos durante los comienzos de la dictadura de la mente, y ha permanecido vejada y vilipendiada en el fondo del corazón de los hombres desde entonces, acompañada de todas las miserias que allí moran. En el juicio en el que fue condenada, Aceptación argumentó que ella nunca pretendió hacer apología de la indolencia sino simplemente proponer la asunción de lo que no se puede cambiar, lo cual es en sí un acto lógico, pero la mente, severa, injusta y prejuiciosa la condenó al ostracismo de las virtudes. Se le acusó también de entorpecer el progreso humano, y aunque nunca quedó claro –ni lo está aún- qué cosa sea esa del progreso, cuántas vertientes tiene, ni hacia dónde se dirige, la condena y el encierro se hicieron efectivos.

Ahora que por fin es libre, ha declarado que no siente rencor alguno, pues eso le haría seguir siendo presa -en este caso de sí misma- y que va a aprovechar su libertad para dedicarse a criar alas en las almas de los hombres. Lo primero que hay que hacer para llegar a entender algo es entender que no se entiende, y lo primero que hay que hacer para cambiar algo que no gusta es aceptar que antes de cambiarlo es como es.

Morowi, M.