Para ilustrar el enfoque socioafectivo realizamos una dinámica en la que la disposición de las sillas era la tradicional en nuestro sistema académico. A las participantes les pusimos una tarea al estilo tradicional de nuestro sistema educativo, sin generar interacción, sin posibilidad de participar, sin vernos las caras… Todo ello por sorpresa.
Pasados unos minutos les pedimos a las participantes que escribieran y compartieran las emociones experimentadas. También realizamos una lista de los valores que la persona dinamizadora había transmitido con su metodología y su actitud.
La metodología socioafectiva, más que una propuesta, es una necesidad. Creemos que tanto en Educación Formal como no Formal es necesario un cambio metodológico. Uno de los principales problemas de la actual educación es la resistencia al cambio o, si se quiere, la parálisis metodológica. Ni siquiera se reflexiona sobre la metodología. En esta acción formativa pretendemos abrir una reflexión sobre la necesidad de darle un lugar prioritario a la metodología sobre los contenidos. Al menos, repensemos cómo hacemos las cosas para estar completamente convencidas de que nuestro método nos satisface.
No se trata de que los contenidos o los valores sobre los que estemos trabajando no sean importantes (cada persona ha de valorar este punto), sino que la forma de trabajarlos ha de estar de acuerdo con los objetivos que pretendemos que las participantes alcancen. Porque si no es así, se nos ve ‘el plumero’. Ya sea de forma consciente o inconsciente, nosotras sabremos que algo falla y las participantes así lo percibirán. O, peor aún, no nos daremos cuenta y/o no se darán cuenta. Y seguiremos sin saber qué está fallando, o buscando responsabilidades en otro sitio.
Los valores no se transmiten, sólo, con palabras. Hay dos elementos más relevantes que el discurso a la hora de trabajar Educación en Valores, Educación para el Desarrollo, Educación para la Paz, etc.
El modelado y la vivencia
Por un lado, el modelado, es decir, nuestras propias conductas. En un proceso formativo nuestras conductas como dinamizadoras tienen que ver con: la organización del espacio; la forma de interaccionar con las participantes; el tipo de interacciones que favorecemos entre las participantes; el papel que desempeñamos dentro del grupo; el tipo, niveles y espacios para la participación que creamos; los recursos educativos que utilizamos y cómo los utilizamos; el grado en que tenemos en cuenta las necesidades e intereses de las participantes; la manera de atender a la diversidad; la forma en que afrontamos la transformación de los conflictos que se dan en el grupo; el esfuerzo (tiempo) que dedicamos al conocimiento mutuo dentro del grupo; nuestra forma de trabajar la equidad de género en el desarrollo de las acciones formativas… todos estos y otros muchos elementos que tienen que ver con la metodología, no con los contenidos, son fundamentales a la hora de transmitir valores. Dicho de otra manera. Los valores que queremos transmitir, los objetivos que queremos conseguir, tienen que impregnar nuestra metodología. Como veremos más adelante, esto implica que hayamos hecho previamente y sigamos haciendo de manera continua un trabajo de revisión personal sobre dichos valores.
Por otro lado, la vivencia. Los valores no se enseñan, no se exponen, no se estudian. Se practican, se viven, se aprehenden. Como dinamizadoras tenemos que ofrecer oportunidades de experimentar, de tantas formas y tan originales como nos sea posible, la realidad en la que vivimos y los valores que la explican, así como los valores que han de permitir transformar los aspectos de la realidad que no nos gustan.
Es necesario buscar la coherencia entre las ideas, actitudes y conductas que se quieren transmitir en la Educación en Valores y la metodología que se utiliza. El enfoque socioafectivo nos impone esa coherencia. Se puede decir que es un vehículo para alcanzar la honestidad, para la revisión de los propios valores personales, tanto de las personas que dinamizan/facilitan el proceso como para el resto de participantes.
Por otro lado, invita al posicionamiento ideológico ante la realidad y al compromiso ante esa realidad, a la asunción de responsabilidades, a participar en la transformación de lo que no nos gusta del mundo en el que vivimos. Es lo que llamamos ‘actuar’. Y facilita que no lo hagamos en solitario, porque genera interacción, participación, comunicación eficaz, confianza, conocimiento mutuo, empatía. Es una forma de trabajar que produce pensamiento, conocimiento y acción colectiva.